martes, 19 de mayo de 2015



El Bosque

Durante un tiempo fui vecino de un médico cuyo pasatiempo era plantar árboles en el enorme patio de su casa. Desde mi ventana veía cómo día a día los plantaba. Lo que más me llamaba la atención era que no regaba los arbolitos. Tanta era mi curiosidad que fui a preguntarle.

Me dijo que si regaba sus arbolitos, las raíces se acomodarían en la superficie y quedarían siempre esperando el agua que él diariamente les daba. Al no regarlos, éstos tardarían más en crecer, pero sus raíces se verían obligadas a profundizar en la tierra en busca del agua y de los nutrientes que se encuentran en las capas más profundas del suelo.

Así, los árboles tendrían raíces profundas y serían más resistentes. Al cabo de un tiempo fui a vivir a otro país, cuando después de varios años regresé a mi antigua casa, noté que mi vecino había cumplido su sueño, tenía un hermoso bosque.

De pronto llegó el rigor del invierno y en un día en el que el tiempo hace aire fuerte, cuando todos los árboles de la calle estaban arqueados por el viento, pude notar la solidez de los árboles de mi vecino, que casi ni se movían.

Las adversidades por las cuales aquellos árboles habían pasado, al ser privados de agua, les había beneficiado mucho más, que el confort o un trato mucho más delicado. Todas las noches antes de ir a acostarme doy siempre una mirada a mis hijos. Les observo y veo cómo ellos van creciendo.

La mayoría de las veces, le pido a Dios que sus vidas sean fáciles, para que no sufran las dificultades y agresiones de este mundo, pero, ver el bosque tan firme, me ha llevado a reflexionar.

De ahora en adelante pediré a Dios que mis hijos crezcan con raíces profundas; para que se fortalezcan y puedan enfrentarse a las circunstancias y los sinsabores de la vida.

Enseñanza.- Siempre pedimos que las cosas sean fáciles, pero en verdad lo que necesitamos es pedir que en nuestro interior se formen raíces fuertes y profundas; de tal modo, que cuando las tempestades lleguen, sin previo aviso y los vientos helados soplen, seamos capaces de resistir en lugar de ser derrotados y destruidos como lo son los árboles sin raíces profundas”.



lunes, 11 de mayo de 2015





 

La planta carnívora y el carnicero

Flora era una planta carnívora, pero carnívora de verdad, que vivía en un supermercado junto al puesto de Paco, su gran amigo carnicero. Paco la trataba con cariño y atención y siempre tenía algún trocito de carne que darle al final de cada día. Pero un día, Flora no recibió su ración de carne, y al día siguiente tampoco, y empezó a preocuparse tanto, que decidió espiar a Paco.

Así fue como descubrió que el carnicero no le daba nada de carne porque guardaba grandes trozos en una gran caja amarilla. Haciéndose la despistada, Flora llegó a pedirle un poco de aquella comida guardada en la caja, pero Paco respondió muy severo que no, y añadió:

¡Ni se te ocurra, Flora! No se te ocurra tocar la carne de esa caja. La planta se sintió dolida, además de hambrienta, y no dejaba de pensar para quién podría estar reservando el carnicero aquellas delicias. Con sus malos pensamientos se fue llenando de rabia y de ira, y aquella misma noche, cuando no quedaba nadie en la tienda, llegó a la caja, la abrió, y comió carne hasta ponerse morada...

A la mañana siguiente, justo cuando llegó Paco para descubrir el robo, Flora comenzó a sentirse fatal. Su amigo le preguntó varias veces si había sido ella quien había cogido la carne, y aunque comenzó negándolo, viendo la preocupación y el nerviosismo del carnicero, decidió confesar.

¿Pero qué has hecho, imprudente? estalló Paco ¡¡Te dije que no la tocaras!! ¡Toda esa carne estaba envenenada!! Por eso llevo días sin poder darte apenas nada, porque nos enviaron un cargamento estropeado...

A la carrera, tuvieron que ir a buscar un quimijardioveterinario con un invernadero-hospital que pudo por poco salvar la vida de Flora, quien se pasó con grandes dolores de raíces y cambios de colores en las hojas durante las siguientes dos semanas. El susto fue tanto para todos, pero al menos la planta aprendió que obedecer las normas puestas por quienes más nos quieren, es mucho más seguro que obrar por nuestra cuenta sin más.

Enseñanza.- Detrás de todas las órdenes dadas por quienes más nos quieren siempre está la intención de ayudarnos y protegernos, aunque pueda parecernos que no es así.